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Pablo Martel dejó de ser el entrenador del GauchoPublicada: 13/10/2025 11:14:50
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Después de décadas en la cima y con trofeos que alguna vez decoraron vitrinas llenas de orgullo en Sarandí, Arsenal vuelve a la Primera B Metropolitana. Sí, otra vez en la tercera categoría del fútbol argentino, al que no descendía desde hace 33 años.
Un final cantado que no encontró milagro
El equipo de Darío Franco se jugaba la última ficha frente al puntero de la Zona A, y principal favorito en las casas de apuestas como Betsson, Deportivo Madryn. Con la soga al cuello pero aferrado a la ilusión que siempre resiste hasta el pitido final, salió al campo decidido a postergar lo inevitable. Pero el fútbol no perdona cuando los errores se acumulan y la suerte escasea. Derrota 2 a 1 y la sentencia quedó escrita sin espacio para apelaciones.
Y aunque el gol de Tomás González puso una chispa de esperanza en el segundo tiempo, ya era tarde. El descenso ya no era una posibilidad matemática; era una realidad dolorosa que bajó el telón de una temporada repleta de señales que se ignoraron o se enfrentaron sin herramientas suficientes.
Una campaña para guardar y no volver a mirar
Lo que pasó en esta temporada no sorprendió a nadie que haya estado prestando atención, porque Arsenal venía coqueteando con el abismo desde hacía tiempo, salvándose apenas en 2024 y con una estructura cada vez más frágil, sin jerarquía en los puestos clave y con un plantel juvenil armado más por necesidad que por convicción.
Costó 17 partidos conseguir la primera victoria, y ni siquiera eso sirvió como punto de partida. Apenas ganó 7 de los 33 partidos disputados y terminó con un pobre 23% de efectividad, números que en cualquier casa de apuestas en CABA hubieran puesto a Arsenal siempre en desventaja. La estadística refleja una crisis futbolística que fue creciendo como una ola hasta arrastrarlo todo.
Pasaron tres entrenadores por el banco: Martín Rolón, Gabriel Viscovich y Darío Franco. Y aunque el último pareció encontrarle cierta lógica al funcionamiento, la reacción llegó demasiado tarde. Cuando no existe margen, cada error pesa el doble, y eso fue Arsenal durante todo el año, un equipo que no tenía margen y cometía errores por todos lados.
La herencia que pesa más de lo que empuja
Pensar en Arsenal y no nombrar a Julio Grondona es imposible. Fundado por él y su hermano Héctor en 1957, el club fue durante años una especie de “milagro prolijo”, que ascendía con cierta naturalidad, que se sostenía con resultados y que llegó a Primera en 2002 para después, contra todo pronóstico, ganar títulos. Entre ellos, el Clausura 2012, la Copa Argentina 2013 y las consagraciones internacionales en la Sudamericana 2007 y la Suruga Bank 2008.
Ese pasado glorioso hoy parece un espejismo lejano, casi irreal. Después del fallecimiento de Grondona en 2014, algo se rompió. Ya no hubo más red de contención, ni más influencia, ni más capacidad de mantener una estructura que se había vuelto exitosa más por control que por sustentabilidad.
En Primera, tras la era Grondona, Arsenal jugó 116 partidos y ganó solo 31. Después, en la Primera Nacional, la cosa fue incluso peor, con 16 triunfos en 71 partidos. Números que hablan solos.
Entre la nostalgia y la crudeza del presente
La gran incógnita es qué viene ahora. Descender no es lo mismo que reconstruirse, y el desafío inmediato será competir en una categoría tan exigente como poco atractiva. La Primera B no ofrece glamour, sino viajes largos, presupuestos ajustados y campos donde cada error cuesta el doble.
Compartirá torneo con equipos como Sacachispas, Real Pilar, Liniers o Fénix. Nada contra ellos, pero es un paisaje muy diferente al de enfrentarse a River o Boca en un Monumental lleno, como solía ocurrir hace apenas dos años.
El Julio Humberto Grondona, escenario de noches inolvidables y conquistas internacionales, pasará a ser testigo de partidos con otro tono, sostenidos por una hinchada que, fiel a su historia, se banca todas.
El reto de reinventarse sin perder la identidad
Lo más difícil será no caer en el pozo del olvido. Cuando se pierde el rumbo, también se corre el riesgo de perder la esencia. Y Arsenal, más allá de todo lo que se diga sobre su historia ligada al poder, fue un club que supo jugar bien al fútbol, que tuvo técnicos valientes, jugadores comprometidos y una idea clara. Hoy eso parece desdibujado, pero todavía hay tiempo.
Tiempo para armar un proyecto real, para apostar por una dirigencia que no viva del recuerdo, sino que planifique. Para volver a ser incómodo en las canchas y respetado en los escritorios. Porque si algo dejó este año fue una gran enseñanza… nadie está exento de tocar fondo. Y cuando se toca fondo, lo único que queda es empujar para salir.
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