San Telmo
Arrancó el ciclo de Marcelo Perugini en el CandomberoPublicada: 10/11/2025 13:17:11
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De la inspiración al mito: cómo tres generaciones de futbolistas convirtieron un número en símbolo de arte y rebeldía.
El número 10 no es solo una cifra en la espalda de un jugador; es una forma de entender el fútbol. Desde la irreverencia de Maradona hasta la precisión de Messi, pasando por la pausa genial de Riquelme, este número representa la unión entre talento, responsabilidad y magia. En este artículo exploramos cómo nació y se transformó el culto al "10", y por qué sigue siendo una religión futbolística.
El fútbol, como el arte, tiene sus iconos. El número 10 es el más poderoso de todos ellos. No se trata de un dorsal, sino de una idea: la del jugador que ve lo que otros no ven. En una época donde la inmediatez domina todo, incluso los juegos de azar y el blackjack en vivo en los casinos online, el "10" representa lo opuesto: la pausa, la inteligencia, el cálculo preciso antes del golpe. Desde los barrios de Buenos Aires hasta los estadios europeos, los niños aún sueñan con llevar ese número porque simboliza la mente del equipo, la chispa que enciende la jugada. Es el número de los que inventan y desobedecen, de los que prefieren una gambeta antes que un pase obvio. Su magia radica en la interpretación del juego como un lenguaje. Y aunque cada generación tuvo su propio intérprete, la herencia que une a Maradona, Riquelme y Messi es la de haber transformado el fútbol en una expresión poética.
Maradona no inventó el número 10, pero lo convirtió en una bandera. Su fútbol era un acto político y emocional. En el Napoli, en el Mundial del 86, en cada potrero donde tocó el balón, su juego representó la resistencia de los marginados y la celebración de la calle. Su gol a Inglaterra fue más que una genialidad; fue una declaración de identidad. Maradona jugaba con rabia, pero también con ternura, con la convicción de que el balón podía cambiar la historia.
El "10" no solo ejecuta, sino que imagina. Su principal virtud es la lectura del juego. En un fútbol cada vez más físico, la inteligencia de estos jugadores se volvió un acto de rebeldía. En Maradona, la visión era instintiva; en Riquelme, racional; en Messi, casi matemática. Todos entendieron el juego como un relato, donde cada pase podía alterar la trama.
Riquelme fue el "10" que se atrevió a desacelerar un fútbol que corría demasiado. Su juego fue contemplativo, una coreografía de tiempos invisibles. En Boca, y más tarde en Villarreal, su manera de detener el balón y mirar el campo con calma parecía un desafío a la modernidad. Su dominio del ritmo fue su mayor poder. Hizo del pase una forma de poesía, del silencio una estrategia.
Messi heredó la creatividad de Maradona y la lectura de Riquelme, pero las combinó con una eficacia inédita. Su número 10 en el Barcelona y en Argentina se transformó en un emblema de precisión. En él, la gambeta es geometría, el pase es cálculo y el gol es consecuencia. Lo que diferencia a Messi es su naturalidad: su fútbol parece inevitable, como si el balón lo eligiera a él.
El número 10 conlleva una carga emocional. No cualquiera puede usarlo. En muchos clubes, es una herencia que se gana con respeto. En Boca, Riquelme lo elevó al estatus de símbolo; en Argentina, Maradona lo inmortalizó; y con Messi, se volvió global. El "10" es el punto de conexión entre generaciones y la prueba de que el fútbol puede ser arte cuando alguien decide jugar con el corazón y la mente.
El mito trascendió las canchas. Canciones, murales y películas siguen repitiendo la figura del "10" como una metáfora del genio. En barrios como La Boca o Villa Fiorito, los niños dibujan el número en sus camisetas sin importar el club. Representa el sueño de ser distinto, de jugar con libertad y crear belleza en un mundo que premia la eficiencia.
En el fútbol moderno, el clásico "enganche" parece en peligro de extinción. Las tácticas actuales relegan al "10" a otras zonas o lo obligan a replegarse. Sin embargo, su esencia no muere. Jugadores como De Bruyne o Modric reinterpretan el rol, mostrando que la inteligencia y la creatividad aún tienen espacio. El "10" ha cambiado de posición, pero sigue siendo el cerebro del juego.
Cada generación tiene su propio "10", pero todos comparten un vínculo invisible: el amor por el fútbol como arte. Maradona enseñó que la pasión podía vencer al poder; Riquelme, que el control podía ser una forma de rebeldía; Messi, que la perfección podía ser silenciosa. Cada uno dejó una huella emocional que trasciende los títulos.
El culto al número 10 no se mide en estadísticas, sino en emociones. Es la encarnación del fútbol entendido como creatividad, rebeldía y belleza. Maradona lo convirtió en mito, Riquelme en reflexión y Messi en legado eterno. En una era donde la tecnología mide cada pase y cada metro recorrido, el "10" sigue siendo lo que escapa a los algoritmos: la inspiración humana, el alma del juego. Por eso, mientras exista alguien dispuesto a pensar antes de tocar el balón, el número 10 seguirá siendo el símbolo del fútbol en su forma más pura.
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